LA NIEVE SE DERRITE POCO A POCO, y las calles (y sobre todo, las carreteras) vuelven a la normalidad.  

EL JUEVES, A MEDIA MAÑANA, empezó una nevada suave que, por la noche, se convirtió en una catástrofe para 500 automovilistas que se quedaron atrapados (solos o en compañía) en la autopista de circunvalación de Viena. Si no hubiera sido por la cruz roja y la ASFINAG (organismo austríaco que se encarga del mantenimiento de las autopistas) las hubieran pasado bastante canutas.  AL DIA SIGUIENTE, CLARO, el escándalo fue mayúsculo. No era bastante explicarle a los ciudadanos que el general invierno había pillado a los organismos competentes mirando hacia otro sitio. Se daba, además, la circunstancia de que, un par de semanas antes, los responsables de dichos organismos –típico en un país tan racional como Austria- habían establecido los parámetros a partir de los cuales se encendería el piloto rojo de alarma que obligaría a cerrar las carreteras. Por ejemplo, el acercamiento de un frente polar. 

PERO NADIE SE ESPERABA que las masas nórdicas que se abatieron sobre Austria el jueves trajeran tanta nieve y sobre todo tan temprano, y la carretera se cerró demasiado tarde.Austria es un país preparado para estas inclemencias. Lo que en otras capitales supondría la paralización de la actividad diaria, aquí sólo implica una ligera desaceleración del frenesí ciudadano. A temperaturas polares los chavales van al colegio embutidos en monos de esquiador y, para los más mayorcitos, la escarcha y la nieve sólo significan trineos, patines dispuestos a herir superficies heladas y, en los casos más propensos a la cirrosis, tazas de ponche humeante y revigorizador. AUNQUE HAY QUE DECIR algo más para terminar: no todos los adultos se enfadaron debido a la furia blanca. Los dueños de las estaciones de esquí se frotaron las manos pensando en los bienes que traerían estas nieves caídas. Sobre todo para compensar las pérdidas que el año pasado ocasionó un invierno especialemente bonancible. 

Y CON ESTO, se cumple el conocido refrán: nunca nieva a gusto de todos. O, mejor dicho, siempre nieva a gusto de unos pocos.