APROVECHANDO QUE EL PRÓXIMO  jueves será el día de los difuntos, hablaremos hoy de la actitud de los vieneses ante la muerte. Morirse en Austria es un hecho sumamente importante. Utilizando un lenguaje castizo, pero muy gráfico, podríamos decir que los austríacos “se retratan” a la hora de la muerte; igual podría decirse de ellos que de aquel vecino del humorista Gila, que llegó a una edad matusalénica porque no tenía en donde caerse muerto. 

LA MUERTE EN AUSTRIA es un hecho importantísimo. Flota en el aire el conocimiento exacto de que todas las vidas tienen un fin, y que, en gran parte, seremos recordados por nuestros amigos, conocidos y descendientes, por nuestra tumba y exequias. 

ASÍ PUES, los aborígenes hablan del tema con gran libertad e, incluso, llegada una edad razonable (o no tanto) comienzan a preparar sus tumbas en alguno de los pacíficos cementerios austriacos.  

 

NORMALMENTE, LOS CEMENTERIOS AUSTRIACOS  suelen ser apacibles parques con árboles y flores. No hay nichos, como en los cementerios del sur de Europa, sino que todas las tumbas son a ras de suelo. Las lápidas suelen ser de marmol negro con letras doradas (a pesar de que para la moda mortuoria de los ochenta hubo cierta revolución transitoria); en el caso de los panteones compartidos suele ser bastante corriente que se aproveche la circunstancia de la muerte de algún familiar para que alguno de los vivos grabe su nombre y su fecha de nacimiento para ahorrarse costes (o ahorrarselos a sus herederos) a la hora de que el inevitable pero luctuoso suceso se produzca. 

OTRA PARTICULARIDAD que tienen los cementerios austríacos es que, generalmente, la lápida está colocada en posición vertical, al estilo de la representación más usual en los cómics y en los tebeos; y los deudos se ocupan de sembrar en el suelo plantas y flores que se cuidan con esmero. 

TAMBIEN ES CORRIENTE ir en estas fechas a lavar las lápidas y a adecentar las flores y las plantas que, por razón del clima son, en su mayor parte, naturales.