UNA DE LAS COSAS de las que los vieneses están más orgullosos es de sus transportes públicos. En la capital de la república, los transportes funcionan muy bien, y permiten estar en todos los sitios con una considerable rapidez y eficacia.

 

SE PUEDE ELEGIR entre el autobús, el tranvía, el metro, y una especie de tranvía, más potente, llamado Schnellbahn.

 

LOS TRANVÍAS  cuentan con una larga tradición, y sus coches dobles, pintados de rojo y de blanco son una de las imágenes de Viena que, con más seguridad, se lleva cualquier visitante. Aunque últimamente, la ciudad ha decidido apostar por el transporte subterráneo, alegando que el metro resulta a la larga más barato y duradero.

 

EL METRO DE VIENA es muy moderno (de hecho, algunas películas de ficción de los años setenta, como “La fuga de Logan” fueron rodadas en él) y en él no hay torniquetes que impidan el acceso. Los viajeros pueden entrar libremente (cosa que sorprende siempre a los que venimos de una cultura de metro con torniquetes). Esta circunstancia no se considera una invitación al fraude de ninguna manera. Quizá porque las inspecciones no son frecuentes pero son bastante temibles. Nunca se sabe quién va a ser el viajero que, una vez las puertas de tren se cierren, va a acercarse a ti, y de manera educada pero firme, te va a espetar un: “su billete, por favor”.

 

HAY DIFERENTES MODALIDADES de billete, algunas muy imaginativas. Desde el billete sencillo, a la monatskarte –cupón válido para un mes- pasando por una tarjeta de veinticuatro horas, o de tres días (especial para turistas con fin de semana largo). En los estancos (aquí llamados Trafik) se venden también cupones de cuatro y de ocho días, que pueden irse sellando según las necesidades del consumidor. Así como tarjetas válidas para una semana que salen por unos doce euros más o menos.

 

ESTAS FACILIDADES, así como las dadas a la bici han convertido a Viena en una de las ciudades con el aire más límpio del mundo. Vaya, que así da gusto. ¿A que sí?